domingo, 23 de septiembre de 2012

Un canto a la fidelidad



Este escrito ha sido motivado por el 50 aniversario de bodas de Carmen y Vicente, un matrimonio miembro de la comunidad de la parroquia de San Félix.

En Roma comenzamos a saborear el gozo de vuestro 50 aniversario matrimonial. Aquellos bonitos días, llenos de luz, anticiparon la fiesta de un compromiso de unión conyugal, especialmente en aquella cena del último día, tan llena de música y sorpresas. Todos estábamos contentos por aquel sí que os disteis hace 50 años, ante el sacerdote y ante Dios.

Cuánto amor hay cuando ni el tiempo, ni el cansancio, ni los defectos del otro han podido eclipsar vuestro matrimonio. Pese a las dificultades obvias en toda relación estrecha, vuestro amor sigue bien vivo.

Habéis levantado una familia y convertido vuestra casa en un auténtico hogar, con entrega y sacrificio. Vuestro amor, fuerte como una roca, todo lo aguanta, todo lo resiste. Porque lo bonito es quererse también cuando las olas zarandean la barca del proyecto familiar.

Los inicios de una historia de amor

Jóvenes llenos de vida, Carmen, con 16 años, y Vicente, con 18, se abrían al mundo, inquietos por vivir como todos los adolescentes. Se conocieron en el casino del Poblenou. Y desde aquel día, en aquella hora y en aquel lugar, iniciaron una apasionante aventura que dura hasta hoy, sesenta años después.

Su matrimonio se celebró el día 24 de septiembre de 1962 en la parroquia de Sant Francesc d’Assís, del Poblenou. Ese día, con un firme sí, comenzó la definitiva historia de amor iniciada cinco años antes. El sí que se dieron era la promesa de algo hermoso: ante Dios y el sacerdote, cristalizaron su voluntad de amarse para siempre, desafiando el paso del tiempo.

Llegó la alegría de ver nacer a sus cuatro hijos: Vicente, Eva, María y David. La presencia de los niños hizo vibrar su hogar. Se volcaron en su cuidado y formación, con absoluta entrega. Fueron unos años de intenso trabajo educativo, lleno de amor, para ayudarles a llegar a la edad adulta.

Carmen era tejedora y regentó varios comercios. En casa, supo cómo tejer las hebras de una convivencia armónica, hilando la historia de una familia y convirtiéndola en algo sólido y duradero.

Vicente trabajó 16 años en la lonja de pescado, después compaginó este trabajo con su empleo en la Nissan, donde estuvo 20 años. 
Los dos trabajaron incansablemente para tirar adelante a su familia.

La vinculación con la comunidad

La comunidad de la parroquia de San Félix se suma a vuestra alegría en este momento crucial de vuestra vida como matrimonio y familia. Vuestro sí renovado es un testimonio de madurez cristiana. Ahora, más que nunca, es necesario ver matrimonios que, después de 50 años, desean continuar su aventura de amor.

Sabéis que esta es la lógica del amor: crecer y crecer, sin cesar, hasta la eternidad. Nada os ha detenido. Ni los vaivenes ni las vicisitudes, ni los momentos oscuros en que la estrella que iluminaba vuestro corazón parecía ocultarse, nada ha podido venceros. Vuestro amor ha brillado siempre por encima de las nubes, iluminando el firmamento de vuestro hogar.

En vuestro itinerario nunca os habéis olvidado de la dimensión eclesial que supone ser un matrimonio cristiano. Desde hace mucho tiempo los dos estáis colaborando en la vida de la parroquia. Quiero hacer una especial mención de vuestra generosidad y disponibilidad. Me consta que los anteriores sacerdotes siempre han estado agradecidos y hoy, en este día tan hermoso, quiero de todo corazón agradeceros vuestra dedicación a la parroquia.

Que Dios os dé salud y os bendiga y os proteja, a vosotros y a vuestra familia. Que, aunque el paso del tiempo os vaya quitando vitalidad, no os falten las fuerzas para seguir amándoos hasta el final de vuestros días.

domingo, 9 de septiembre de 2012

El precio del orgullo


Paseando por Barcelona aprovecho muchas veces para entrar en algunas librerías y ver las novedades, especialmente todo lo que hace referencia al hombre: filosofía, sociología, antropología, teología y otros temas. Y me sorprende ver la enorme cantidad de libros sobre autoestima y autoayuda. Se pueden ver estanterías repletas de estos manuales. Y me pregunto si este boom no responderá a unas ganas desenfrenadas de vender a toda costa. Valiéndose de los conocimientos sobre la psicología humana, ¿no serán estos libros una forma sutil de enganchar a la gente para sacarles el dinero a cambio de prometerles un bienestar interior que ansían? ¿O responden realmente a un hallazgo psicológico y científico que ayuda a la persona a mantener su equilibrio psíquico y emocional, afrontando con calma y serenidad las dificultades de la vida diaria, con uno mismo y con los demás?

Sea lo que sea en cuanto a verdad científica, creo que se está abusando de este concepto de la autoestima. Es lógico que hemos que tener un autoconocimiento de nuestra propia realidad, modo de ser, sensibilidad, valores, defectos y cualidades. Y también es necesario integrar el propio corazón, la historia familiar y las capacidades propias para dar lo máximo de uno mismo sin llegar a la vanagloria. Es bueno reconocer y potenciar los propios valores, las iniciativas y la creatividad. Esta parte de orgullo sano debe ser combinada con la humildad para reconocer los límites y otros aspectos éticos, filosóficos y religiosos de la persona. Así evitará caer en la autocomplacencia y reconocerá que siempre puede mejorar su vida. Yo llamaría a esto una “autoestima sana”, que consiste en reconocer las virtudes tanto como los límites y los defectos; esto ayuda a la persona a mantenerse en un equilibrio sicológico y social.

Pero cuando en nombre de la autoestima dejo que el orgullo me ensoberbezca, arrastrándome a una absoluta autosuficiencia, puedo llegar a la petulancia y convertirme en un ególatra al que no le importa nada ni nadie, y que vive girando en torno a su gigantesco ombligo. Y este ego es insaciable: siempre pide más reconocimiento y más poder hasta convertirse en un remolino que absorbe todo cuanto se pone a su alcance. Aquí ya podemos hablar del orgullo patológico, que uno deja de controlar para ser dominado por él. Este orgullo tiene la habilidad de aparentar. La persona orgullosa puede parecer educada, cálida, amable y obsequiosa. Incluso puede parecer modesta. Sin embargo, bajo esa capa de cordialidad esconde una gelidez que sobrecoge y asusta si llegamos a atisbarla. Estas personas, en el fondo, son terriblemente inseguras y están heridas en su propio ego; esto las hace protegerse y, sometidas a este ego tirano, van desintegrándose poco a poco. La sumisión a su ego suele proyectarse en su relación con otras personas. En ocasiones, el orgulloso puede ser el dominador; pero en otras, puede ser el dominado. En este último caso, desarrolla una dependencia enfermiza que le obliga a agachar la cabeza. El otro pide, exige y riñe, y la persona orgullosa no tiene más remedio que someterse y obedecer a sus exigencias. Por miedo a perder algo ―quizás su estatus, o su imagen de buena persona― se convierte en esclava del otro. Cuántas familias viven estas terribles situaciones, en las que una personalidad anula a la otra y ambas se necesitan para devorarse mutuamente.

¿De qué ha servido tanto orgullo, tanta autosuficiencia? Llega un momento en el que nada parece tener ya valor. Y es que aquel que era el ombligo del mundo, ahora se ve sometido a otro poder.

El único antídoto para erradicar la patología del orgullo es la humildad: que la persona sepa verse como es, con sus fortalezas y sus debilidades, sus logros y sus carencias, y aceptarse con serenidad. Junto a la humildad, el amor, la aceptación y el profundo respeto a la libertad del otro.