Anhelo de amor
El ser humano anhela, en lo más profundo de su corazón, ser
amado. El hombre crece y se desarrolla cuando se abre al otro. El tú ensancha
el horizonte del yo. La búsqueda del amor lo llevará a elevarse sobre sí mismo
y a descubrir la grandeza y la belleza de un corazón capaz de darlo todo por el
otro.
El amor es el pasaje hacia una aventura desconocida y
apasionante. Desde nuestra concepción, este deseo innato va creciendo en la
adolescencia y culmina en la adultez. El hombre no se entendería sin esa
llamada primigenia, inscrita en su mismo ADN.
La comunicación, el afecto, la ternura, el juego, una mirada
cómplice… todo forma parte de ese deseo tan profundo. El hombre, sin los demás,
se convierte en un náufrago de la existencia, perdido en una isla llamada
soledad. De ahí la necesidad de lanzarse en busca de un amor que dé sentido a
su vida. Así está soñado y pensado por el Creador.
Tan fuerte es el deseo de ser amado que todo gira en torno a
esta apertura. El amor es el valor que configura el trabajo, los sueños, los
proyectos…. Todo queda matizado y definido a partir del encuentro con la
persona con la que se quiere compartir algo más que tiempo y cosas: la propia
vida. Cuando se produce este encuentro, todo cuanto se hace surge de una
profunda comunión con el otro. No se pierde la identidad, al contrario: el amor
amplía el horizonte de la libertad. Compartir no reduce al otro, sino que lo
eleva y lo potencia a medida que la unión se hace más intensa.
Esclavitud disfrazada
Estoy definiendo lo que sería una relación armónica, libre y
equilibrada, con madurez y responsabilidad. Pero en la realidad, no todas las
relaciones son bellas y plenas. Algunas acaban convirtiéndose en una tragedia.
Hay relaciones tóxicas, dependientes, enfermizas, que poco a poco van
degradando a la persona hasta reducir su libertad y su capacidad para discernir
con claridad. Atrapadas en un laberinto emocional, sin fundamentos sólidos, las
personas que viven este tipo de relación son incapaces para decidir con lucidez.
Incluso llegan a manipular el lenguaje y a jugar con las emociones para
autoengañarse. Cuando se genera una adicción patológica hacia otra persona, se
puede llegar a renunciar a uno mismo. Débil y sin fuerza, la persona sometida
confunde la realidad con sus ilusiones utópicas e irracionales, y se aferra a
ellas porque la mantienen viva sobre un frágil hilo.
Poco a poco se va arrastrando por una vida dolorosa donde el
sol se ha nublado y los días se suceden en la sombra. Perdida y sin rumbo, se
acerca a un precipicio sin fondo. Su corazón se asfixia, falto de oxígeno y
amor. Corre hacia la nada mientras es relación va minando su fuerza vital.
¿Cómo romper estas cadenas?
Mírate a los ojos
Es necesario poner distancia a las emociones y
racionalizarlas. Un ejercicio de sinceridad es mirarse a los ojos, ante un
espejo, y preguntarse: ¿Qué estoy haciendo?
Mírate y pregúntate. ¿Eres feliz? Tu compañero o compañera
¿quiere lo que tú quieres? ¿Te ama por lo que eres?
Da vértigo hacerse esas preguntas cuando la adicción es muy
fuerte y patológica. Pero es tu única salvación. Hay vida fuera de ti y fuera
de él. El mundo no se agota en vuestra relación enfermiza. Ten la osadía de
mirarte a los ojos y atreverte a asumir lo que ves en ellos.
Quizás entonces veas a una niña que no cesa de llorar. Fija
un minuto tu mirada y sé valiente. Tus ojos no te engañan. Tu mente no para de
engañarte, tu corazón se hace cómplice de tu miedo. Pero tus ojos no te
mentirán. Son la ventana de tu alma, ese lugar que forma parte de tu realidad
más esencial. Es lo que eres tú por excelencia: no renuncies a ti, ni a tu
libertad, ni a tu vida.
Es verdad que perderás algo: una adherencia emocional que te
esclaviza, quitándote la alegría y la libertad. No tengas miedo. Atrévete a ser
feliz. Que nadie te quite lo más sagrado: la capacidad para decidir libremente.
Recupérala.
Atrévete
Quizás te quedes sin aliento durante unos instantes, pero
luego tu capacidad torácica se ensanchará más que nunca y volverás a descubrir
la gran persona que eres. Aprenderás a hacerte respetar. No todo vale en las
relaciones y no todas las relaciones valen. Atrévete a cruzar al otro lado del
abismo. Al otro lado hay alguien que te quiere de verdad y te ayudará a sanar
tus heridas.
Confía en ti y en tus amigos: ellos quieren tu bien y tu
alegría. No importa el tiempo que necesites: el veneno del pseudoamor cuesta de
sacar, porque es doloroso. Es un dardo clavado que, aunque te duele y te
desangra, en su momento lo quisiste y ahora forma parte de ti. Es necesario
sacar ese aguijón para que puedas recuperar tu salud emocional. Solo así el
corazón podrá repararse y encontrará la calma para empezar de nuevo y poder
amar de verdad.
Descubrirás que el silencio es necesario para discernir
dónde estás y hacia dónde te quieres dirigir. Nunca olvides de preguntar a tu
corazón y de mirarte a los ojos en el espejo. Y no te alejes de la sombra cálida
de los amigos que tan solo desean tu bien.