Mirada contemplativa
Detenerse, ir despacio, contemplar y saborear la belleza de lo que te rodea sólo es posible cuando te paras a mirar la realidad desde el alma. Podríamos decir que un contemplativo lo es porque del acto físico de ver con la retina pasa a mirar con los ojos del alma. La calidad de lo que ve crece en riqueza de matices cuando pasa por el cedazo del alma. Lo físico no agota la realidad: aquello que vemos entra en diálogo interior con nosotros mismos.
Para contemplar no podemos ir aprisa. Cuando vamos en coche,
en tren o en avión, la velocidad no permite que nuestro cerebro retenga tantas
imágenes. Nos es imposible recrearnos con el paisaje que vemos por la
ventanilla. Pero cuando caminamos vamos al ritmo de la naturaleza. Caminamos
con ella y por ella sentimos emociones intensas porque vamos saboreando,
cachito a cachito, la belleza que nos sale al camino.
Caminar es un ritmo humano que nos permite contemplar.
Caminar nos invita a dialogar con el entorno, en complicidad con la persona que
nos acompaña. La naturaleza exultante nos llama porque formamos parte de ella.
De ahí nuestra necesidad sicológica y espiritual de contactar con el entorno
natural. Además, el hombre es un animal estético y todo aquello que le produce
bienestar, emoción y alegría no le es indiferente. Buscar la belleza es algo
intrínseco al ser humano y una de las manifestaciones más profundas de esta
búsqueda es la mirada contemplativa.
El alma florece y se ensancha en situaciones de plenitud,
cuando sentimos que en lo más hondo de nuestra vida hay belleza y vale la pena
detenerse a saborearla. Así podremos digerir todo lo que acontece en nuestro
devenir y asimilarlo.
En la vida hay que deslizarse con suavidad y paladear con
gusto los manjares que te regala. Aprendamos a caminar por la vida con deleite
y descubriremos, con nuestra mirada contemplativa, que detrás de cualquier
pequeño detalle se esconde una explosión de belleza. Aprendamos a mirar con
calma y nos daremos cuenta de infinidad de detalles que sólo descubriremos si
entramos en comunicación con todo lo creado.
Mirada que habla
Además de utilizar el lenguaje verbal, los seres humanos hablamos con nuestro cuerpo: nuestra postura, el gesto, las manos… La mirada es un potente lenguaje no verbal, a veces más poderoso que el verbal, porque con el lenguaje articulado podemos mentir, engañar, manipular. El lenguaje hablado se puede convertir en retórica y estar lleno de vaguedades. Utilizar el lenguaje articulado para otro propósito que no sea decir la verdad es manipularlo y manchar el sentido genuino de la comunicación. ¡Cuánta falsedad puede haber en el lenguaje oral! Pero también ¡cuánta potencia para generar el bien! El lenguaje hablado es un instrumento ambivalente. Los sofistas son un ejemplo.
Cuando paseo veo tantas miradas como personas, y es
increíble cuántas cosas transmiten. El interior de los ojos es un universo que
no para de comunicar. Cuánta riqueza hay en este lenguaje que no necesita
palabras. Es una comunicación clara y directa al corazón. Cuánto bien haríamos
si hablásemos menos y aprendiéramos a comunicarnos más desde el silencio. Hemos
idolatrado la palabra y hemos olvidado que, en términos evolutivos, el lenguaje
articulado y conceptual es muy reciente. Nuestros antepasados siempre se
comunicaron con lenguaje no verbal. Es verdad que el lenguaje articulado marca
un cambio cualitativo en la evolución del ser humano. Pero hoy el lenguaje ha
caído en una terrible frivolidad y los mensajes se banalizan.
Decimos que los ojos son la ventana del alma. Podríamos
decir también que la mirada expresa el lenguaje del alma, aquel que es
transparente y puro. Es lo más genuino de nuestro ser.
Ventanas del alma
La mirada revela lo más sagrado que hay dentro de uno mismo, porque es comunicación sincera e inagotable. La mirada está vinculada a nuestra existencia y al mismo ser. Ocupa un papel muy importante en las relaciones humanas.
Cuando miramos no sólo estamos viendo: también estamos
comunicando. ¿Quién no se estremece ante la mirada triste de un niño? ¿O ante
la mirada de abandono de un anciano, la mirada perdida de un indigente o la
mirada de pena de una viuda que ha perdido a su esposo? Hay miradas de
angustia, de desespero, de cansancio, de derrota, de rabia y enfado. Otras
miradas expresan estados de alegría, gozo, plenitud, bienestar, calma y
serenidad. Unos ojos chispeantes pueden destilar expectación, aventura y
complicidad. La mirada es muy potente y no engaña: expresa las emociones, que
son lo más difícil de contener. Por eso el lenguaje de la mirada llega hasta lo
más profundo del alma.