En el proceso evolutivo de la especie humana, cuando aparece
el lenguaje articulado el Homo sapiens
da un salto cuántico en el desarrollo cerebral. Del ruido brusco al sonido y de
los gestos en el rostro y el cuerpo pasamos al ser capaz de comunicarse de una
manera fluida, clara, sutil y precisa. De la mímica pasa a una comunicación
compleja, capaz de crear obras literarias, filosofar, hacer poesía o expresar
conceptos abstractos y matemáticos. El código del lenguaje nos abre a una
infinidad de recursos y supone un tremendo avance intelectual. El hombre
aprende a expresar y a preguntarse a sí mismo sobre el sentido de la vida. La
capacidad de hablar posibilita una mayor comunicación interpersonal y social,
generando vínculos más fuertes. El lenguaje sofisticado lanza al hombre a
superar la barrera de su estadio primigenio y le hace dar un salto definitivo
en su evolución.
Un arma de doble filo
Siendo una herramienta fundamental para su desarrollo, el
lenguaje es también un arma de doble filo. Podemos expresar los más bellos
deseos y dar una conferencia elocuente, interpelando al otro y provocando
emociones de todo tipo. Pero también somos capaces de las peores palabras,
insultos cargados de desprecio que pueden aturdir al interlocutor y convertir
este medio de comunicación en una máquina demoledora que destruye al otro sin
piedad.
Un pequeño músculo como la lengua es capaz de las mayores
atrocidades. ¡Cuánto dolor puede provocar! Cuántas palabras vanas salen de
nuestras bocas. Cuando dejamos salir lo peor que hay dentro de nosotros,
atacamos y manchamos la dignidad de los demás. Incluso somos capaces de
construir falsas historias para desvirtuar la realidad o falsear los hechos,
para herir más o romper emocionalmente. Las palabras pueden causar daños
irreparables…
Pero lo más terrible es que hay quienes parecen disfrutar
haciendo daño. Si el lenguaje tiene la función de establecer lazos y una
conciencia grupal, cuando lo apartamos del respeto al otro y a sus valores se
vuelve loco; es como un gas tóxico que se va liberando para causar el mayor
daño posible. Las palabras heridoras pueden matar la dignidad y la alegría del
otro. Cuando el lenguaje se separa del amor, de su sentido más genuino, que es
construir puentes, estamos aniquilando una parte esencial de nuestra naturaleza
humana.
Cómo sanar el lenguaje
Lenguaje y corazón están íntimamente unidos. Lo que decimos
siempre tiene que ver con lo que sentimos y vivimos. De lo que está lleno el corazón habla la boca. ¿Cómo recuperar el
valor de la palabra que construye? Quizás haciendo una terapia del corazón. Si
la persona aprende a aceptar su realidad y la del otro sin caer en
resentimientos inútiles; si aprende a perdonar e intentar ver lo mejor del
otro, sin enjuiciar ni compararse, estaremos ayudando a que el lenguaje se
reeduque y volveremos a crecer juntos. Una cura de humildad y reconocer que no
somos mejor ni peor que los demás nos ayudará a establecer una relación donde
trabajaremos más en lo que nos une que en lo que nos separa. La diferencia es
enriquecedora. Sólo así cada cual podrá aportar lo mejor de sí mismo a los
demás.
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