domingo, 1 de octubre de 2017

Lenguas que hieren

En el proceso evolutivo de la especie humana, cuando aparece el lenguaje articulado el Homo sapiens da un salto cuántico en el desarrollo cerebral. Del ruido brusco al sonido y de los gestos en el rostro y el cuerpo pasamos al ser capaz de comunicarse de una manera fluida, clara, sutil y precisa. De la mímica pasa a una comunicación compleja, capaz de crear obras literarias, filosofar, hacer poesía o expresar conceptos abstractos y matemáticos. El código del lenguaje nos abre a una infinidad de recursos y supone un tremendo avance intelectual. El hombre aprende a expresar y a preguntarse a sí mismo sobre el sentido de la vida. La capacidad de hablar posibilita una mayor comunicación interpersonal y social, generando vínculos más fuertes. El lenguaje sofisticado lanza al hombre a superar la barrera de su estadio primigenio y le hace dar un salto definitivo en su evolución.

Un arma de doble filo


Siendo una herramienta fundamental para su desarrollo, el lenguaje es también un arma de doble filo. Podemos expresar los más bellos deseos y dar una conferencia elocuente, interpelando al otro y provocando emociones de todo tipo. Pero también somos capaces de las peores palabras, insultos cargados de desprecio que pueden aturdir al interlocutor y convertir este medio de comunicación en una máquina demoledora que destruye al otro sin piedad.

Un pequeño músculo como la lengua es capaz de las mayores atrocidades. ¡Cuánto dolor puede provocar! Cuántas palabras vanas salen de nuestras bocas. Cuando dejamos salir lo peor que hay dentro de nosotros, atacamos y manchamos la dignidad de los demás. Incluso somos capaces de construir falsas historias para desvirtuar la realidad o falsear los hechos, para herir más o romper emocionalmente. Las palabras pueden causar daños irreparables…

Pero lo más terrible es que hay quienes parecen disfrutar haciendo daño. Si el lenguaje tiene la función de establecer lazos y una conciencia grupal, cuando lo apartamos del respeto al otro y a sus valores se vuelve loco; es como un gas tóxico que se va liberando para causar el mayor daño posible. Las palabras heridoras pueden matar la dignidad y la alegría del otro. Cuando el lenguaje se separa del amor, de su sentido más genuino, que es construir puentes, estamos aniquilando una parte esencial de nuestra naturaleza humana.

Cómo sanar el lenguaje


Lenguaje y corazón están íntimamente unidos. Lo que decimos siempre tiene que ver con lo que sentimos y vivimos. De lo que está lleno el corazón habla la boca. ¿Cómo recuperar el valor de la palabra que construye? Quizás haciendo una terapia del corazón. Si la persona aprende a aceptar su realidad y la del otro sin caer en resentimientos inútiles; si aprende a perdonar e intentar ver lo mejor del otro, sin enjuiciar ni compararse, estaremos ayudando a que el lenguaje se reeduque y volveremos a crecer juntos. Una cura de humildad y reconocer que no somos mejor ni peor que los demás nos ayudará a establecer una relación donde trabajaremos más en lo que nos une que en lo que nos separa. La diferencia es enriquecedora. Sólo así cada cual podrá aportar lo mejor de sí mismo a los demás.

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