domingo, 18 de febrero de 2018

La sombra del misterio

Era una mujer con vigor inagotable, con una salud de hierro, que esparcía vida por todos sus poros. Servicial y comunicativa, cuando le preocupaba algún tema se metía a fondo: nunca se rendía. Extrovertida y conversadora, el mundo se le hacía pequeño. Vivía con intensidad, sin tregua. Hacía deporte, caminaba, estaba en mil cosas a la vez, apurando las horas y los minutos. El día se le quedaba corto, quería más y más.

Su inquietud social la llevó a tener una gran sensibilidad hacia los pobres y los que sufren. Fue voluntaria del comedor social de la parroquia de San Félix. Su dedicación y su fuerte personalidad hicieron de ella una coordinadora con criterios y principios robustos.

Así era Susi, expansiva y dinámica, siempre metida en mil asuntos e intentando ayudar a los demás, aunque no siempre le saliera bien. Era la mujer incansable, siempre a punto.

Hasta que, unos meses atrás, unos vértigos extraños empezaron a aquejarla. Los médicos no acertaban a ver qué enfermedad podía esconderse tras aquellos síntomas. Con el paso de los días, los mareos y un temblor que parecía inicio de Parkinson se fueron intensificando. Eran señal de que algo estaba sobreviniendo en su cerebro, pero nadie encontraba la causa.

Aquella Susi, que estallaba en vida, comenzó a declinar. La debilidad creciente le resultaba incomprensible e injusta, ¿por qué le pasaba todo esto a ella, tan volcada en ayudar a los demás? ¿Por qué una persona de vitalidad inagotable cae de esta manera?

Más allá de las preguntas, la enfermedad de Susi me ha llevado a meditar en la fragilidad del ser humano. Por mucho que uno piense, luche y haga, sean cuales sean sus motivaciones, hay algo que siempre se nos escapa. Algo que ni la filosofía ni las ciencias pueden agotar. Es el misterio imprevisible del ser humano. Hay aspectos de la persona que nunca acabaremos de entender. Por mucho que viajemos hacia nuestro interior, en nosotros hay zonas insondables a donde nadie puede llegar. Zonas desconocidas que escapan a la razón. Ante la impotencia, hemos de aprender a vivir en ese espacio oscuro a donde no llega la luz y asumir que esta realidad, por muy dura que sea, forma parte de nuestra naturaleza.

Todo lo que cae fuera del conocimiento nos genera temor. El miedo a lo desconocido y sus consecuencias nos abruma. La complejidad del cerebro y de nuestra composición genética es inmensa. Pero, además, en nuestra vida pesan las emociones, las antecedentes familiares, las consecuencias de nuestra forma de vivir, rasgos genéticos que no controlamos, efectos tóxicos del medio ambiente, de los alimentos que tomamos… Cualquier componente químico puede alterar nuestro cerebro y afectar a nuestra capacidad para movernos, hablar, ver y sentir. Un virus, una mutación, una serie de factores que se nos escapan pueden reducir un mar de vida a un pequeño riachuelo que baja, con un hilo de agua, hacia un abismo perdido entre montañas.

Susi es un eco de lo que fue. La mutación de un gen le produce una proteína que literalmente le está devorando el encéfalo. Cuando voy a verla al hospital ella me mira, clavando sus ojos en los míos. Apenas puede hablar, pero lo intenta. Me estremezco ante su esfuerzo y sólo puedo permanecer en un profundo silencio, que me sale de lo más hondo. Siento su terrible vulnerabilidad, quisiera decir algo, pero no encuentro palabras. El silencio se hace doloroso, se me parte el alma e intento buscar respuestas más allá de la razón, en la vida, en el misterio… en Dios.

Sólo puedo mirarla con dulzura y agradecer lo que ha hecho en el comedor social y en la parroquia. Una lágrima baja por sus mejillas. Un ser se desvanece. Me habla con sus ojos, con sus manos temblorosas, con su mirada fija. La beso en la frente, sintiendo que la vida todavía corre por sus venas y que un bucle de pensamientos, emociones y recuerdos pasa por su mente. Su alma todavía se comunica, de otra manera. Ella sigue siendo ella y yo tengo que aprender su nuevo lenguaje.

Soy testigo de esa sombra del misterio, del dolor humano. Salgo del hospital y pienso cuán frágiles somos, como aquellas amapolas de los campos, llenas de color, que un golpe de aire puede marchitar en un solo día. ¿Por qué tanta belleza efímera? ¿Por qué tanta vida fugaz, pasajera? Sólo Dios puede descifrar este misterio. A nosotros sólo nos queda contemplarlo, aún en medio del dolor de ver cómo un ser humano se va apagando. También el enfermo tiene su belleza, porque es persona, porque sigue viva. Ojalá nunca olvidemos que, pese a las sombras, sigue habiendo belleza en el mundo.

Rezo por Susi en este peregrinaje que ha iniciado hacia el infinito. 

3 comentarios:

  1. Padre Joaquín, desde Manresa, María y yo también rezamos por Susi.

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  2. Padre Joaquín, esta señora, Susi, es la que estuvo en el consejo pastoral? desprendía tanta fuerza, empuje, vida .... que pena siento al ver como se apagan las buenas personas. Será que le toca descansar de tanta actividad? la tendré presente en mis oraciones. Bello homenaje a Susi.

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  3. Querido Padre Joaquín:

    ¿Estás hablando de nuestra Susi? ¿La esposa de Ricardo? Si es así, por favor dile que desde Colombia, . Isabel le envía un abrazo cariñoso, que siempre está en mi corazón

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