sábado, 27 de enero de 2018

¿Padres otra vez?

Cada vez más se está extendiendo el fenómeno socio-familiar de los abuelos que están ejerciendo un papel decisivo en la crianza de sus nietos. La absorción laboral de los padres hace que los niños pasen mucho tiempo con sus abuelos, dándose una gran complicidad y sintonía generacional, siendo esta relación muy buena para afianzar los lazos familiares.

Los abuelos son conscientes de la dificultad que podría haber en el crecimiento sicológico y emocional del niño si no compensaran la ausencia de los padres en su cometido educativo. Con su cercanía están salvando una enorme barrera entre padres e hijos, ya que muchos de ellos no dedican el tiempo suficiente para estar con los pequeños.

Pero, siendo positivos los vínculos entre abuelos y nietos, debe haber unos límites en ese necesario apoyo familiar. Hay que establecer algunos criterios que ayuden a equilibrar el rol de los abuelos, especialmente para que el niño nunca pierda la referencia de la autoridad moral y educativa de sus padres. De no ser así, la omnipresencia de los abuelos en detrimento de los padres podría crear lagunas en el desarrollo del niño.

Por responsabilidad y por compromiso, los abuelos han de estar siempre atentos a las necesidades del núcleo familiar. Pero sin que esto sea una fuente de injerencias más allá de lo necesario. Podrían estar favoreciendo una solapada dejación de los padres. Cuántas veces he observado en los abuelos un cierto cansancio, aunque no lo manifiestan para no herir ni crear conflictos familiares. Prefieren callar y asumir ya no sólo un exceso de trabajo sino la exigencia de unos hijos estresados, que están cargando sobre sus hombros el peso de estar permanentemente atentos a los nietos, que a veces son muy movidos y nerviosos, o presentan problemas de conducta. Los hijos de estos abuelos han de atreverse a reflexionar y hacer el esfuerzo de estar presentes en la educación de sus hijos. Se puede entender la dificultad por conciliar trabajo y familia y también las dificultades económicas por las que puede estar atravesando la familia, y cómo no, por supuesto, que se dé el caso de alguna penosa enfermedad de la madre o el padre. Siempre se ha de valorar que el frágil siquismo del niño no sufra carencias. Pero los padres no pueden renunciar a su papel fundamental: ellos son los primeros responsables de la educación de sus hijos.

Los abuelos necesitan espacio y tiempo


Por otra parte, los abuelos, ya jubilados, tienen tiempo para desarrollar actividades que quizás siempre han querido hacer, y no pudieron antes por estar trabajando y llevando adelante a su familia. Ahora que pueden, tienen todo el derecho de disfrutar de un tiempo de descanso, de viajar, de dedicarse a sus hobbies, o a sus aficiones, a sus amigos. Muchos mayores también se comprometen en actividades de voluntariado, o en proyectos solidarios que les requieren mucho tiempo, pero les llenan y satisfacen, les hacen crecer como personas. Algunos incluso se ponen a estudiar, o hacen deporte, o alguna actividad artística. No deberían renunciar a esto. Aún pueden dar mucho al mundo. Además de ser abuelos y dedicarse a la familia, pueden hacer otras cosas. Ser abuelo no significa ser “canguro gratis”. Los abuelos tienen su lugar importantísimo en la crianza de los nietos, pero nunca como sustituto de los padres.

Los hijos necesitan a sus padres


Los padres de familia también necesitan hacer una reflexión muy profunda. A veces trabajan muchas horas por ganar más dinero, pero luego tienen que gastar grandes sumas mensuales para pagar canguros, actividades extraescolares, psicólogos, esplais o campamentos… Toda clase de recursos para tener a sus hijos entretenidos y vigilados. ¿No sería más natural trabajar menos horas y pasar ese tiempo con los niños? Los niños necesitan tiempo vivido junto a sus padres. Esa es su primera necesidad, vital en la infancia para su desarrollo emocional. Necesitan más papá y más mamá que extraescolares. Sus mejores vacaciones son los días y las horas que pasan con ellos.

La ausencia de los padres enfría las relaciones familiares. El niño aprende a confiar en sus amigos y en las tecnologías: los aparatos y los juegos digitales se convierten en su mejor compañía para resolver la soledad. Esto le priva de una intimidad y de una convivencia necesaria para crecer bien.

Por último, hay que pensar que los abuelos, un día, necesitarán ayuda y cuidado. La edad los irá debilitando y tendrán que ser atendidos. ¿Quién se ocupará de ellos? ¿Buscaremos “canguros” para los abuelos, como los buscamos para los niños? ¿Los aparcaremos en una residencia? ¿Qué haremos? Decía una anciana que, antes, una madre nunca tenía reparos a la hora de criar a sus hijos: se apañaba como podía y los sacaba adelante a todos. En cambio, los hijos de ahora, tienen muchos problemas y discusiones para poder cuidar a su madre cuando esta los necesita. 

Cuanto más estén en su sitio los abuelos y los padres, más ayudarán a los niños a madurar como personas armónicas. 

lunes, 1 de enero de 2018

La irresistible fuerza de la morera

El día despierta con un cielo teñido de rosa. La mañana, aun siendo invierno, es templada.

Estoy frente a la desnuda morera. Me sobrecoge verla vestida de novia en primavera, con su frondoso follaje que cubre toda su copa. La sombra verde me invita a rezar muchas noches bajo sus ramas exuberantes. La brisa acaricia las hojas en las noches cálidas, iluminadas por la luna, y proyecta su sombra en el patio.

Pero ahora la miro y me impresiona la delgadez de sus extremidades. La borrasca Bruno la ha azotado sin piedad y en tan sólo dos días ha perdido todas sus hojas. Incluso algunas ramitas, más frágiles, han caído al suelo.

Te miro con pena y dulzura. Del verde tus hojas pasaron a un amarillo intenso que se fue apagando hasta llegar al ocre otoñal. Has resistido la violencia del viento que te ha sacudido con fuerza. Tu belleza persiste, tras el embate que flageló tus ramas. Has dejado caer las hojas y permaneces en pie, desnuda y silenciosa. Pero tu raíz y tu tronco siguen fuertes. Pese a la fragilidad de tus ramas, se adivina una fuerza oculta que te hace soportar los bandazos del aire. Ahí estás, como siempre, mi querida morera. Inspirándome tantos escritos y oraciones que abren mi alma, haciéndola conectar con el Creador. ¿Qué misterio nos ha unido en este lugar sagrado que custodias día y noche?

Nuestra amistad se ha ido fraguando con el tiempo. Tu solidez me ayuda a cohesionar mi trabajo pastoral. No sólo das sombra en verano. Calladamente, me susurras en el silencio de la noche, cuando me detengo a reparar mis fuerzas. Mirarte a ti, como creatura de Dios, me enseña a enraizarme en el lugar donde estoy. Tú resistes el crudo invierno y las gélidas noches. Fiel a tu lugar y a tu misión, incansable y humilde, das vida y color al patio. Así yo también, cuanto más me enraízo en aquel que me ha dado la vida y la vocación, más me centro en mi misión. Cuánta gente sin aliento viene a buscar comida. Quiero ser recio como tú, morera, para acoger los corazones desnudos que buscan el calor de la Iglesia. Quiero ofrecer refugio a aquellas frágiles almas que, con dolor, en su profunda desnudez existencial, buscan a alguien que las mire, las apoye y las quiera. Cuántas gentes sienten que sus vidas han quedado como tus ramas, desnudas, débiles, a merced de los vientos y las tempestades, tanto interiores como exteriores.

En esta complicidad, a punto de acabar el año y empezar otro nuevo, vamos a unir nuestras fuerzas. En medio de la gelidez espiritual y el invierno de muchas almas, pese a que nos amenaza el hielo de esta Antártida social, intentaremos dar acogida y deshelar con delicadeza estos icebergs que navegan por el mar de la vida.