domingo, 18 de marzo de 2018

Madres omnipresentes


La vertebración de una sociedad armónica, justa y solidaria depende de los valores que se viven en la familia. Hoy, más que nunca, es un reto educativo crucial. Una familia agrietada, dividida, enfrentada, va a tener su repercusión en la sociedad. Una familia acogedora y dialogante, que sea capaz de generar espacios de convivencia pacífica, es fundamental. Si esto falla, con el tiempo se darán conflictos que llevarán a la familia a situaciones límite, minando la confianza y la alegría.

El papel de las madres es fundamental para una convivencia sana y equilibrada. Cuántos problemas generan las madres que no saben estar en su sitio. Especialmente aquellas que no saben asumir el crecimiento, la madurez y la personalidad propia de los hijos, cuando poco a poco se van haciendo adultos.

A muchas madres les cuesta asumir que el ejercicio de su maternidad adquiere un matiz diferente cuando llega la mayoría de edad de los niños. Muchas madres no aceptan que sus hijos se hagan mayores, que piensen diferente, que tengan amigos que quizás ellas no elegirían, que hagan y decidan cosas opuestas a las que querrían sus padres.

La mayoría de madres no tienen más remedio que aceptarlo. No todas lo hacen de buena gana. Algunas intentan seguir controlando las vidas de sus hijos, metiéndose en sus trabajos, queriendo influir en sus decisiones e incluso en su vida matrimonial y en la educación de los niños. Estas madres no se dan cuenta de que quizás el modelo de familia y de cónyuge que han ofrecido a sus hijos ya no es un referente moral para ellos. Estos desean tener su vida propia y no quieren injerencias, más allá de los deberes básicos de las madres. Cuando se dan estas intromisiones, la madre no siempre está preparada para reflexionar sobre su nueva situación y los roces se producen irremediablemente. Aunque los hijos no quieran enfrentarse a su madre, sus corazones van quedando heridos. La actitud de las madres puede producir una reacción de mayor alejamiento, creando situaciones dolorosas y difíciles.

Es importante que las madres comprendan que se están equivocando, aunque lo hagan creyendo que es lo más correcto. Deben aceptar que sus hijos tengan una visión diferente de la realidad. Muchos intentan liberarse de la opresión materna y del abuso de autoridad. Son adultos, tienen que decidir lo que les conviene, aunque sea distinto a lo que piensa la madre. Deben aprender y seguir su propio camino, en libertad. Por supuesto, si se dan situaciones de serio peligro para la vida de los hijos, que amenacen su seguridad y su salud, una intervención oportuna de los padres siempre será necesaria.

El nuevo rol de las madres maduras


Algunas madres no son referentes para sus hijos. ¿Por qué? ¿Qué ocurrió en la familia? ¿Cómo vivieron los niños su infancia? ¿Cuánto tiempo les dedicó? ¿Cómo se relacionaba con ellos? Hay casos de sobreprotección, pero cada vez se dan más casos en que la madre, por exceso de trabajo y compromisos, no ha pasado tiempo suficiente en casa como para afianzar los vínculos afectivos. Muchos jóvenes ya no creen en el modelo matrimonial de sus padres. Para muchas niñas, el modelo de su madre las marcará toda su vida. Pero si no es un modelo que consideran imitable, se alejarán de ella para no enfrentarse.

Cuando los hijos se hacen adultos, muchas madres no saben qué hacer. Y más si no trabajan fuera de casa y están viviendo situaciones conflictivas en su matrimonio. Ya no tienen niños que cuidar, ¿cómo emplearán su tiempo? ¿Hacia dónde enfocar sus energías y su creatividad? Sienten un vacío, pierden el control de la situación y se desorientan, sin saber qué rumbo poner a su vida.

Es importante que la mujer madura, con hijos ya crecidos y emancipados, se plantee qué quiere hacer en esta nueva etapa de su vida, sin tener una omnipresencia en la familia. Debe aprender a estar de otra manera con sus hijos, renunciando a ejercer su influencia sobre ellos y a interferir en sus vidas, y esto es un reto difícil de asumir.

Más allá de la consanguinidad, las madres han de cambiar su papel. Han de aprender a escuchar más, callar más, dejar hacer más y, sólo cuando los hijos solicitan su consejo, dárselo sabiamente y con cariño, sin imponerles nada. Las madres maduras deben apearse de su atalaya de autosuficiencia y convertirse en consejeras humildes y discretas. Los hijos también han de ver que sus madres tienen una vida propia: con su marido, con sus compromisos sociales y sus amistades. Para los hijos, el mejor ejemplo es ver que sus madres están en el lugar que les toca, velando con discreción por la familia, pero sin entrometerse en sus vidas a menos que les pidan ayuda.

La mujer, madre adulta y con hijos emancipados, tiene una gran oportunidad para reenfocar su vida desde la libertad, sin ninguna hipoteca emocional.

Sólo así podrá darse un reencuentro con los hijos, desde la adultez de ambas partes, lleno de gozo y alegría.

domingo, 4 de marzo de 2018

Copos de nieve sobre el alma


Un manto de nieve cubre más de la mitad de España. En Barcelona, el día se despierta con una gélida lluvia bajo un cielo gris. Debido a la amenaza de nieve, muchas personas no salen de sus casas. Las calles están más desiertas de lo habitual.

Son las diez de la mañana y las gotas de lluvia se clavan como agujas de hielo en la piel. De nuevo me dispongo a visitar a Susi, en el equipamiento sanitario donde la han trasladado. La solidez del edificio, de reciente construcción, contrasta con el descampado de tierra, desolado y pobre, que lo rodea. Pienso que un lugar de recuperación debería tener un entorno más bello: un jardín, unos bancos, algún árbol que hiciera más amable la terapia de restablecimiento de los enfermos. Pero, más allá de estas consideraciones, me doy cuenta de que lo fundamental en el proceso de mejora de la salud, más que un entorno bonito o un edificio bien equipado, con las últimas tecnologías, es el valor de los cuidadores, familiares y amigos. Su presencia es definitiva para sobrellevar con paz la situación.

La gelidez del día contrasta con el torrente de dulzura que percibo, expresada en infinidad de gestos hacia la enferma. Así lo puedo comprobar con Julia, la hermana de Susi, y Ricardo, su esposo.

Julia, atenta y cariñosa, la cuida con enorme ternura, le habla en voz suave y la mira con esos ojos del que siente un profundo amor. Siendo una mujer enérgica, sobrelleva con delicadeza extrema una situación difícil, donde se atisba la penumbra de la muerte. Cuando cruza miradas con su hermana, se nota que no quiere que sufra. Ella misma se convierte en bálsamo y con el calor de sus manos le transmite que está con ella. Firme, acogedora, como una madre. Frente a la fragilidad de su hermana, siempre atenta a sus gestos y miradas.

Y Ricardo, aunque casi sin ruido, siempre está allí, cerca, con su corazón vibrando desde lo más profundo de su silencio, quizás todavía preguntándose por qué está ocurriendo todo esto. Ni siquiera la ciencia médica le ha podido dar respuestas. Calla mientras de su corazón sale un gemido mudo lanzado al infinito. ¿Por qué a ella?

Pese al dolor intenso, la mira con delicadeza, le sonríe, acaricia sus mejillas, se adivina la complicidad cuando se miran. Sin decirle nada, se lo dice todo. El dolor le puede haber encogido el corazón, pero no el alma. En poco tiempo se han dicho muchas cosas. Quizás las palabras podrían molestar, pero no la suavidad de un gesto, de una presencia que suena como una dulce melodía.

Julia y Ricardo, con su esmero y su cuidado incansable, son una brisa primaveral en medio del frío flagelante. Estoy allí, delante de ellos, y procedo a la celebración de la unción de enfermos.

Miro con gratitud a Susi y le explico lo que vamos a hacer. En medio del dolor y de la enfermedad Dios se hace presente a través de la unción con el óleo santo, para que su gracia penetre en lo más profundo de su ser.

La respuesta de Dios ante el sufrimiento y nuestra debilidad es su protección y apoyo, su calor. A través de la imposición de manos la presencia amorosa del Espíritu alivia esos momentos en que uno se siente débil, desconcertado e inseguro. Dios sabe penetrar en lo más hondo de nuestra realidad, confortándonos. Nos ama, tanto sanos como enfermos. En su infinita misericordia, desborda amor.

Rezamos las oraciones del ritual y le digo que Dios está en su corazón, muy presente. Ella parece que quiere hablarme, jadea, sus ojos no dejan de mirarme, como si quisiera decir algo. Estoy a punto de romper a llorar. Su jadeo aumenta mientras voy recitando las oraciones. Cuando rezamos el Padrenuestro, sus manos empiezan a temblar.

Le tomo la mano, me la aprieta con fuerza y siento que una comunicación silenciosa hace vibrar todo su cuerpo. Le digo que Dios la quiere, y que se lo perdona todo. Que se sienta en paz. Ha hecho muchas cosas buenas por la parroquia, colaborando en el comedor social; ha ayudado a muchas personas y esto Dios lo bendice.

Son momentos intensos. Me estremece, por un lado, palpar su fragilidad e indigencia absoluta; por otro lado, siento la fuerza de un ser que se agarra a la vida, aunque esta se le escape de entre las manos.

Creo que es consciente, en todo momento, de lo que está ocurriendo. Quizás no puede ver bien, pero sí oír. Sabe que estamos allí en un momento crucial de su vida. Está entre la luz y la oscuridad, entre la debilidad y la fuerza, entre el desespero y la esperanza.

Susi, una luz divina te envuelve, como la nieve que cubre los campos y esa lluvia fina que no deja de caer. Una luz invisible que va cubriendo tu alma, vistiendo de blanco reluciente las montañas de tu existencia. Siento que estás ante ese velo invisible que te separa de mí y de los tuyos. Estás ahí, mirando más allá. Tras el vendaval de tu existencia, quizás ya presientes que, en tu vida, aletea suavemente la primavera de la eternidad.


Ese día tuve una experiencia reveladora sobre los límites humanos frente al dolor y la enfermedad, la muerte y las últimas certezas, que van más allá de la razón. Certezas sobre un misterio que todo lo envuelve, trascendiéndonos, y que no se revela hasta que nos encontramos con el Ser Infinito. Una experiencia impactante, intensa y bella.